SCIENTIA HUMANITAS CULMEN
Josep
Emili Arias
bella_trix@vodafone.es
Tanto el lenguaje poético como el matemático son dos expresiones creativas fruto de la desbordante inventiva del hombre y con la idéntica intención de humanizar el universo. La única diferencia que hay es que el concepto matemático o físico ha de verse corroborado y explicado por la naturaleza. De ahí, que la función de la poesía es expresar y sugerir, mientras que la función de la ciencia es explicar. Pero ambas actividades pretenden salvaguardar al hombre de sus miedos, angustias e incertidumbres.
"..¿Ciencia?, ciencia es creer en la ignorancia de los científicos" Richard Feynman (1918-1988), premio Nóbel y genio de la electrodinámica cuántica.
La ciencia como el mejor complemento de las humanidades. Así
rezaba la cultura jónica del Mediterráneo oriental, desde Tales
de Mileto y Pitágoras hasta Hipatia de Alejandría (600 a.C. al 400
d.C.). Hoy, la sociedad del tercer milenio, con una visión maniquea y miope,
sigue separando la ciencia del humanismo, e incluso del tejido cultural. No debería
ser difícil entender que tanto el lenguaje poético como el matemático
son dos expresiones creativas fruto de la desbordante inventiva del hombre y con
la idéntica intención de humanizar el universo. Muchos nombres de
estrellas proceden de la literatura clásica griega. La única diferencia
que hay es que el concepto matemático o físico ha de verse corroborado
y explicado por la naturaleza. De ahí, que la función de la poesía
es expresar y sugerir, mientras que la función de la ciencia es explicar.
Pero ambas actividades pretenden salvaguardar al hombre de sus miedos, angustias
e incertidumbre. La ciencia cada vez se involucra más en nuestro entorno.
Cada momento que tocamos nuestro móvil, inseparable apéndice tecnológico
del ser humano, de alguna forma, estamos palpando las cuatro ecuaciones electromagnéticas
de Maxwell.
Esa
química entre razón y arte
Fuera del ámbito de la
docencia académica sólo una mente torpe y cerrada puede rivalizar
y/o eximir su ignorancia con la ridícula antítesis ciencias o letras,
ciencias o humanidades, cuando entre ellas hay más química que antagonismo.
Salvador Dalí, en su pintura Paisaje de mariposa (1957) inmortalizó
el que fue uno de los símbolos por excelencia del siglo XX, la doble hélice
de la molécula ADN, el secreto de replicar la vida. De igual forma, el
científico, cuando crea ciencia también rememora la literatura.
El físico Murray Gell-Mann extrajo la expresión quarks (partículas
elementales que constituyen la subestructura del protón y el neutrón)
de un pasaje del Finnegan's Wake, de James Joyce. Asimismo, la nomenclatura astronómica
designó a nueve de los satélites del planeta Urano con nombres de
personajes literarios de Shakespeare y bautizó algunos cráteres
lunares con nombre de escritores universales. Es la divulgación astronómica,
como bien supo mostrarnos el humanista Carl Sagan, una de las disciplinas que
con tanta facilidad se pasa de la ciencia a la poesía. Tampoco olvidemos
al premio Nóbel, Richard Feynman (1918-1988), "Debemos socializar
el conocimiento científico", quien con un lenguaje simpático
y sencillo fue capaz de hacer un poco didáctica la antiintuitiva mecánica
cuántica, esas partículas que corren entre la probabilidad y la
incertidumbre. Asimismo este peculiar científico también premiado
por saber tocar los bongos con buen oído rítmico, decía:
"El trabajo científico no se hace por sus aplicaciones, sino por el
gusto y la excitación que produce lo que se descubre". De hecho, el
papel de la divulgación científica es, también, transmitir
y estimular ese placer por entender y descubrir nuestro entorno. Con el conocimiento
ganamos libertad. Desde sorprenderse del porqué vemos el cielo azul (torpemente
atribuido al reflejo de luz solar en los océanos) hasta conocer ese apasionante
debate entre biólogos y microbiólogos dilucidando si los virus poseen
identidad de vida o son una cuasi-especie.
Domesticar
la ciencia
El motivo por el cual la aventura científica ha estado
apartada del tejido cultural deriva de la inculta perspectiva con que la sociedad
mira la ciencia, con cierta imagen irracional y abstracta, ajena a sí mismo
y de comprensión inalcanzable. Es más, la ignorancia de elementales
conceptos físicos lleva a la ciencia hacia la fetichización, la
ciencia como magia, como una panacea universal para todos los males. Un saber
no apto para el mundo cotidiano donde su verdad resulta incontrovertible y que,
a la vez, ofrece desconfianza. Toda esta pobre y sesgada percepción social
de la ciencia lleva a que todavía haya medios de comunicación donde
las noticias de avances científicos y divulgación son desterradas
a la sección de sociedad y espectáculos. Como si la ciencia tuviese
que ver más con las noticias del corazón que con la cultura. Más
extraño resulta que dentro del colectivo literario haya gurus de la elite
narrativa que aún se manifiestan remisos a que se domestique y se culturice
la ciencia desde cualquier plataforma editorial. Como si, en cierta forma, los
libros de ensayos o artículos de divulgación científica les
restase cuota lectora. ¿Quién duda que siendo la ciencia la actividad
humana con mayor capacidad de crear preguntas y con mayor profundidad contestarlas,
no sea ésta nuestra mejor empresa cultural?. Podemos hablar del desarrollo
de vacunas y antibióticos o de ese afán por tasar la materia total
del universo y conocer su predisposición abierta o cerrada. La especie
humana, cuando pierde la curiosidad (su verdadero rasgo diferencial), el placer
de descubrir y buscar el conocimiento, en cierto sentido, también pierde
la esperanza.
Los
pitagóricos ocultaban la irracionalidad
Los pitagóricos,
la escuela del perfeccionismo geométrico, encontraron que la raíz
cuadrada de 2, la razón entre la diagonal y el lado de un cuadrado era
irracional. Es decir que ¸ no puede expresarse de modo preciso como la razón
de dos números enteros determinados. Los pitagóricos entendían
por irracionalidad cuando cualquier razón no pueda precisarse con un numero
entero. La irracionalidad provoca inseguridad, desconfianza, desorden, miedo.
Es por ello, que los pitagóricos tuvieron que ocultar esta irracionalidad
geométrica del conocimiento social. La sociedad no podía sentirse
continuamente atemorizada por la ausencia de números enteros expresando
una razón geométrica tan elemental.
El lenguaje de la
ciencia según R. Feynman
En cierta ocasión, el redactor
jefe del rotativo neoyorquino USA Today necesitaba para la confección de
una noticia científica mencionar una aplicación practica de las
teorías cosmológicas y, así, poder vender socialmente mejor
el artículo. Cuando éste se puso en contacto telefónico con
el catedrático de física teórica R. Feynman en el CALTECH
de California, el genio de la electrodinámica cuántica, le contestó:
"No se invente usted nada, la cosmología como en otras disciplinas
científicas ni busca ni conlleva ninguna aplicación practica".
Este peculiar científico y divulgador propuso un nuevo lenguaje científico
para socializar y humanizar la ciencia, decía: "Es científico
limitarse a decir que algo es probable o improbable, y no ir por ahí demostrando
con soberbia lo que es posible o imposible". Esta máxima cabría
aplicársela al colegio de veterinaria del Reino Unido cuando a principios
de los años 90 esta institución científica autorizó
la utilización de piensos con proteína animal para el consumo del
ganado vacuno. ¿Qué cara pondrían las células hepáticas
de una vaca cuando se topaban con una proteína animal?. En la historia
de la ciencia siempre ha habido pifias, errores e infortunios y, es por ello,
que este científico y humanista opinase: "Toda razón científica
debería de aprender a practicar la humildad pues si alguien de ustedes
ha pensado, en algún momento, en la certeza e irrebatilidad de la ciencia,
sepa pues, que está equivocado. La ley de gravedad de Newton resulta inexacta
(en el perihelio orbital de Mercurio). Esto mismo ocurre con todas las otras leyes,
no son exactas. Siempre queda un ápice de misterio, una zona en la que
todavía faltan algunos retoques".
Como reseña biográfica decir que Richard Feynman ganó el
premio Nobel de física en 1965 por sus contribuciones a la electrodinámica
cuántica. Tocaba los bongos en un club de California. Participó
en el comité de investigación del desastre del transbordador espacial
Challenger aportando datos concluyentes. Escribió varios libros de divulgación
y didáctica de la mecánica cuántica. Pero Richard Feynman
se hizo famoso por sus innumerables conferencias de tono profundo y divertido,
al mismo tiempo sobre todo lo divino y lo humano.
La "nota"
fundamentalista
La Unión Europea lleva años convenciendo
a los países de régimen integrista para que abandonen su anacrónico
fundamentalismo religioso. El pasado mes de junio el Gobierno Español otorgó
a la asignatura de religión católica, de índole confesional,
la suprema valoración académica. Esta nueva Ley para la Calidad
de la Enseñanza tomaba un perfil integrista nada envidiable al del oscurantismo
medieval. Resulta vergonzoso que la Conferencia Episcopal Española se obstine
más por ponderar y valorar su nota que en la propia función divulgadora
de la ética de la fe. Pues, la fe, como un valor de la conciencia, no se
empolla, se practica y se vive. La espiritualidad de los estudiantes (si la poseen)
nunca debería servir de mercadeo para amañar y satisfacer su cómputo
académico global. En todo caso, esta valoración académica
debería ser exclusivamente para la asignatura Historia de las religiones.
Tal vez la Iglesia Católica, con esta nueva valoración académica,
pretenda afiliar a más jóvenes en los cursos de ESO para, así,
mantener su estatus social ante la globalización de las religiones. Una
religión que busca la artimaña política y necesita de una
incomprensible valoración académica para sobrevivir demuestra, con
todo ello, que su concepto de fe hace aguas. ¿La evangelización
de la fe qué tendrá que ver con la tabla periódica de elementos?.
Lo que Dios separó no lo una el hombre.