Abrieron el camino hacia la Luna

Por Juan Carlos Nácher

Sin el programa Surveyor, extraordinaria serie de vuelos no tripulados hasta la Luna, la misión Apolo hubiera sido virtualmente imposible.

Los astronautas de la misión Apolo sabía más acerca de lo que iban a encontrarse en la Luna de lo que sabía Cristóbal Colón con respecto al nuevo mundo en el momento de zarpar hacia su gran aventura. De hecho, para los astronautas el terreno áspero y holliniento que iban a pisar, les es más conocido que muchos apartados rincones de la Tierra.

Todo esto es posible, en gran medida, por la magnífica labor realizada por los “Surveyor” (“exploradores”), una serie, relativamente poco comentada, de descensos no tripulados sobre la superficie lunar. Mientras los primeros proyectos Apolo experimentaban en torno a cuestiones tales como si el principal vehículo de lanzamiento lograría despegar de la Tierra, los Surveyors abrían una senda en el espacio a lo largo de cuatrocientos mil kilómetros hasta posarse suavemente sobre la Luna. Desde el lugar de alunizaje los instrumentos y las cámaras de televisión que portaban los Surveyors transmitían a la Tierra gran número de datos sobre la superficie lunar, indispensables para los astronautas, y que no hubiera sido posible recoger con las cámaras instaladas en los vehículos Lunar Orbiter en el curso de sus vuelos alrededor del satélite natural de la Tierra.  Para tal empresa era indispensable una presencia física.

[  El primer programa norteamericano de vuelos no tripulados hasta la Luna fue el Pioneer, iniciado en 1958, que tuvo poco éxito. El siguiente proyecto, el Ranger, en 1964, sirvió para conseguir excelentes fotografías de la Luna. El programa Lunar Orbiter, iniciado en 1966, logró poner en órbita lunar las cinco astronaves de la serie. Finalmente, se inició el programa Surveyor, del que trata el presente artículo. ]

Antes de los Surveyors, algunos autorizados hombres de ciencia ponían seriamente en duda que las actuales técnicas de vuelo espacial fueran adecuadas para realizar el viaje a la Luna. “Ahora ya sabemos con exactitud lo que se experimentará al andar sobre la Luna y hundir las manos en su  superficie”, dijo uno de los directores del proyecto.

La serie de los siete vuelos Surveyors empezó en mayo de 1966. Su objetivo primordial era determinar la mejor forma de posarse suavemente en la Luna, explorar posibles puntos para descenso del Apolo y recoger nuevos datos acerca de la naturaleza del satélite lunar.

Entre las preguntas para las que los Surveyors buscaban adecuada respuesta figuraban: ¿ Sería posible que un vehículo enorme, lanzado a través del espacio a una velocidad de miles de kilómetros por hora, se inmovilizara casi por completo antes de posarse en el suelo lunar? ¿Habría en la Luna “arenas movedizas” que pudieran engullir dicho vehículo? ( Ciertas reflexiones de radar provenientes de la Luna parecían indicar que la superficie lunar estaba cubierta por una honda capa de blanda ceniza volcánica apena más consistente  que la espuma de jabón). Finalmente, ¿ podrían las máquinas sobrevivir a aquel clima cruel? Las temperaturas de la Luna oscilan entre los 120 grados centígrados sobre cero y 170 grados bajo cero, y en ella la atmósfera forma un vació casi total.

Se disipan las dudas.

Las siete naves espaciales, con su aspecto de cigüeñas metálicas de tres metros y medio de altura, fueron lanzadas desde cabo Kennedy. Se dotó a los Surveyors de cohetes auxiliares, que servirían tanto de ayuda en la navegación como para frenarlos en el momento previo al descenso final.

Dos ingenios de la serie (los Surveyors II y IV) fracasaron: uno sufrió una avería en su sistema de mando y se estrelló contra la Luna, a una velocidad superior  a los nueve mil kilómetros por hora; el otro perdió el contacto por radio a medida que se aproximaba a la Luna, debido quizá a la rotura de uno de los cables del transmisor.

Los otros cinco Surveyors alunizaron sin problemas. En cuanto estuvieron sólidamente asentados sobre sus tres patas, dispusieron automáticamente sus tableros de instrumentos: uno de éstos, provisto de células solares para convertir la luz solar en energía eléctrica, quedó orientado hacia el Sol; el otro, una antena para enviar imágenes de televisión, se orientó hacia la Tierra. Durante varias semanas, estos Surveyors constituyeron una auténtica prolongación, de 400.000 kilómetros de longitud, de los ojos y de las manos del hombre. Además de unas 87.000 fotografías que tomaron las cámaras de televisión, los Surveyors transmitieron a la Tierra una serie de datos que permitieron a los científicos determinar la composición de la superficie lunar.

Probablemente el resultado más significativo sea el hecho de que los datos recibidos de cada uno de los cinco puntos de descenso, muy distantes entre sí, fueron similares. Según Shoemaker otro de los directores científicos del proyecto, esta coincidencia significa que no es probable que los astronautas se encuentren con grandes sorpresas. “Con un pequeñísimo  margen de error, los Surveyors nos han revelado la naturaleza básica del 99 por ciento de la superficie lunar”, digo Shoemaker.

Los ingenieros de la NASA construyeron el primer vehículo Surveyor de la forma más simple posible, aprovechando cada gramo de peso y suprimiendo todo instrumento que no estuviese directamente relacionado con las operaciones del vuelo y del descenso. No obstante, el Surveyor resultó ser un verdadero prodigio científico. Descendió justo al sur del ecuador, en uno de los “mares” de la Luna, vastas depresiones, oscuras y aparentemente llanas. La nave alunizó sobre un punto a menos de quince kilómetros del blanco previsto; la sacudida no fue mayor a la que experimentaría un ser humano al saltar desde una silla. Al punto, las cámaras de televisión empezaron a funcionar, y durante los siguientes dos “días” lunares (de dos semanas de duración cada uno), más de once mil imágenes transmitidas por radio a la Tierra proporcionaron por vez primera al hombre unas magníficas vistas de la Luna.

Vehículos lunares.

El descubrimiento más importante fue el suelo de la Luna no es de ceniza blanda, sino de un material duro, similar al de la Tierra. Las patas del vehículo lunar no penetraron más de ocho centímetros en el suelo. La Luna, según se descubrió, está cubierta de una capa de finas partículas, que se comportan de un modo muy parecido a la arena mojada de una playa. Quizá son el resultado de una lluvia constante de meteoritos que revuelven incesantemente la superficie lunar, convirtiendo las peñas en guijarros y éstos, a su vez en arena. Con este descubrimiento, los ingenieros de la NASA empezaron a diseñar unos vehículos ligeros, que permitirán a los astronautas emprender cortas excursiones desde punto de descenso. El Apolo XV envió uno a la Luna en su vehículo propio, de modo que los astronautas, al llegar, lo encuentren esperando como si se tratase de un auto de alquiler.

Alentados por el buen éxito del Surveyor I, los directores del proyecto decidieron que en los vuelos aún pendientes podrían utilizar parte de la valiosa capacidad de carga del vehículo para poner en él instrumentos científicos. El Surveyor III, el siguiente lanzamiento coronado por el éxito, transportó una pequeña pala mecánica, montada sobre un brazo retráctil de aluminio, de un metro y medio de largo, que podía girar en ángulo de tres metros. La cuchara de aluminio de la pala, poco mayor que el puño de un hombre, tenía en el fondo una puertecita de acero y plástico reforzado. Cuatro motorcitos la extendía y retraían, y la movían de arriba abajo, así como de derecha a izquierda, además de abrir y cerrar la puertecita.

El profesor Scott fue el principal responsable del manejo de la pala-excavadora, por medio de órdenes transmitidas por radio desde Pasadena (California), en una serie de sencillos experimentos que coordinó con ayuda de una pantalla de televisión. En primer lugar la utilizó a manera de balanza, recogiendo piedras para luego dejarlas caer y observar la distancia que el brazo regulaba. La empleó también como sonda para presionar suavemente en el suelo con la pala y determinar la resistencia de la superficie. Igualmente se sirvió de ella como de una azada para abrir pequeñas zanjas, una de ellas de veintitrés centímetros de profundidad y más de sesenta centímetros de largo: la mayor excavación extraterrestre practicada por el hombre.

Control super-remoto.

Tales experimentos requirieron los esfuerzos concentrados de un enjambre de científicos, ingenieros y técnicos altamente cualificados, amén de uno de los más refinados sistemas de mandos electrónicos jamás construido. Los experimentos que realizaron sobre la propia superficie de la Luna fueron muy difíciles. Scott distaban primero sus órdenes a un técnico, quien las “revisaba” para asegurarse de que no exigirían de la excavadora movimientos que pudieran dañarla.

“No era como en el laboratorio –explica Scott-. No podíamos permitirnos romper nada delicado”. Las órdenes se enviaban después a un centro de comunicaciones situado en el desierto, a 320 kilómetros de distancia, desde donde transmitían a la Luna por medio de una antena de disco de veinticinco metros de diámetro.

Conocida ya la composición de la Luna, los directores del proyecto enviaron al Surveyor V con la misión de medir la composición química de la capa de deyecciones que cubre la superficie lunar. ¿Sería quizá lava u otra clase de roca?

El instrumento necesario para dilucidar aquella cuestión había sido fabricado ya por Anthony Turkevich, catedrático de química de la Universidad de Chicago. Bautizado con el nombre de “ diseminador alfa”, el instrumento consiste en una caja, de dos kilos y cuarto de peso, que porta un isótopo radiactivo y detector de radiaciones electrónicas. El “diseminador alfa” emite una corriente de partículas

Radiactivas y recoge las que rebotan. Sobre la base del número y la energía de las partículas rebotadas, los científicos pueden calcular la composición química de la superficie reflectora. El “diseminador alfa” del Surveyor V reveló que las rocas y el suelo en la superficie lunar son, de hecho, químicamente similares a la forma de lava endurecida que se llama basalto, el cual constituye el basamento rocoso de la Tierra. Este mineral denso y negruzco cubre la mayor parte del suelo oceánico y aflora de vez en cuando a tierra firme. En  nuestro planeta, el basalto se produce por la fusión y solidificación de la roca, y por eso su presencia en la Luna ha contribuido a que mucho peritos defendieran la teoría de que nuestro satélite debió haber sido caliente en épocas pretéritas.

  Barniz lunar. 

Los Surveyors no podían generar energía eléctrica suficiente para las Cámaras de televisión transmitieran en color, pero su cámara estaba equipada con un ingenioso juego de filtros de luz intercambiables, rojos, verdes y azules, por las cuales, al proyectarse, era posible estimar con bastante precisión los colores del suelo y las piedras de la Luna. Las tonalidades apreciadas son desde el gris medio al negro azabache, aunque algunas rocas muestran un tinte ligeramente pardo rojizo. Pero cuando el profesor Scott volvió algunas piedras pequeñas y araño el suelo con la miniexcavadora, los científicos se sorprendieron  al ver que a menos de tres milímetros de profundidad el suelo era más oscuro. Según parece, la  Luna tiene un recubrimiento gredoso, tan delgado como el papel, y que Shoemaker ha denominado “barniz lunar”. Se trata en realidad de una frágil capa de polvo (decolorada posiblemente por el bombardeo del viento solar), notablemente más ligera que el suelo subyacente.

  Los ingenieros dirigieron los seis primeros Surveyors hacia la “ zona Apolo”, una amplia extensión relativamente llana. Deliberadamente habían querido mantenerse alejados de las quebradas altiplanicies del hemisferio austral de la Luna. Pero como era del todo posible que las tierras altas fueran de composición completamente diferente, el último lanzamiento, el del Surveyor VII, en enero de 1968, se dirigió hacia un cráter austral llamado Tycho, de noventa kilómetros de diámetro. Los científicos calculan que Tycho, parece ser una de las formaciones importantes más recientes, fue abierto por un meteorito o cometa gigantesco probablemente hace tan sólo un millón de años.

Las imágenes de televisión demostraron que Tycho tenía muchas rocas aún sin resquebrajar y relativamente menos arena y polvo que otros puntos de la Luna. El “diseminador alfa” reveló además un análisis químico algo distinto.

Garantía de supervivencia. Los Surveyors no han hecho más que empezar a responder a las preguntas que los científicos se formulan acerca de la Luna. ¿Se estremece por la acción de temblores o está muerta o inerte? ¿Su composición bajo la superficie es uniforme o incluye capas o terrones? Estas cuestiones se podrán resolver mediante un sismógrafo que se envió en el Apolo XVI.

De interés más inmediato es saber si existe agua en la Luna. Los hombres de ciencia sospechan que bien puede existir, porque en la Tierra todas las rocas de lava contienen agua. Si realmente hay agua en la Luna es evidente que no se hallará en lagunas, pues expuesta a los candentes días lunares no tardaría en evaporarse. Pero es posible que se esté permanentemente filtrando desde el interior hacia la superficie y que se congele temporalmente en algunas grietas cubiertas.

Como es comprensible, los científicos e ingenieros se sienten felices por su éxito. Al hacer que el hombre pudiera “sentir” la Luna y al asegurarle que podía poner pie en ella y sobrevivir, han cumplido su misión, que consistía en allanar el camino para los futuros vuelos del Apolo.

Bibliografía.

Las misiones lunares automáticas: DESCUBRIR EL ESPACIO –Tomo I – SALVAT

http://nssdc.gsfc.nasa,gov/platenary/lunar/surveyor.html

 

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Boletín Huygens
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