El umbral entre la ciencia y la fe

Por Josep Emili Arias

bella_trix@navegalia.com

Cuando se imparten temas de astrobiología, del Big Bang, de la propia evolución del universo, donde galaxias y moléculas de ADN comparten un mismo modelo de simetría espiral, como queriéndonos sugerir que la materia con el paso del tiempo está predestinada a configurar la vida; es en medio de estos pensamientos donde cuestionamos las eternas preguntas, ¿Es la creación y la evolución humana producto de un determinismo divino, o más bien, todo es un casual accidente cósmico fruto del azar?, ¿Qué hay después de la muerte?, ¿Existe el alma?. Ya en el siglo XVIII el químico Joseph Priestley intentó buscar el alma. Pesó un ratón justo antes y después de morir, pesaba lo mismo. Cualquier intento en este sentido va al fracaso. Si hay alma, seguro que no conserva ninguna masa.

Stephen Hawking

Más recientemente el popular y creyente científico británico, Stephen Hawking, quiso buscar y resolver a Dios desde la elegancia de sus ecuaciones en un modelo cosmológico donde el tiempo carecía de principio. Nunca resolvió una ecuación con el igual a Dios, tan solo incremento su crisis de fe casi al infinito. Como bien reconocía en 1989 a la revista Nature, «Las matemáticas, ni me acercan a Dios ni me alejan de él, tan solo humanizan el universo». Si la ciencia con su lenguaje universal, las matemáticas, llegase a demostrar la existencia de Dios, la fe dejaría de tener sentido y la ciencia la convertiríamos en religión fundamentalista. La fe y la espiritualidad no se pueden reproducir ni calibrar desde el laboratorio. La fe está exonerada de todo método científico, pues toda religión siempre nos exige creer sin dudar. La ciencia, en cambio, desde su escepticismo nos exige que no aceptemos nada como dogma de fe. Una expresión que resultó poco afortunada, fue la que pronunció el Papa Pío XII en 1951, «La teoría del Big Bang es la prueba de la Creación divina». Inconscientemente el santo Padre estaba condicionando la fe a la ciencia, como si la fe necesitase del crédito de la ciencia. Hay una cita evangélica que deja muy claro que la ciencia y la fe pisan terrenos muy diferentes, en san Juan 18, 36, cuando Jesucristo estando en el Pretorio le dijo al gobernador de Roma en Palestina: «...mi reino no pertenece a este mundo», el mundo espiritual está por encima del mundo material.

 

Cuando la fe era fundamentalismo

Juan Pablo II fue el primer santo Padre que con dignidad supo pedir perdón a la historia por el despotismo y las atrocidades cometidas por la alta jerarquía de la Iglesia católica, mencionemos a Galileo Galilei y Giordano Bruno, condenados por el delito de buscar la verdad y querer ampliar nuevos campos del conocimiento contradiciendo, así, un decadente geocentrismo eclesiástico. Ellos, fueron juzgados por una teología oscurantista y fanática, obsesionada en resolver inútiles y misteriosas conjeturas sobre el sexo de los ángeles y un enmarañado pecado original. Eran tiempos difíciles (s. XIV al s. XVIII) donde la fe siempre llevaba ventaja sobre la razón, herencia de san Anselmo en el s. XI «Creo, luego entiendo». La Iglesia imponía la fe a todo nuevo conocimiento, argumentando: «Todo lo que provoque duda, destruye la fe y la religión». Como si, la duda y el escepticismo fuesen una patología del individuo, bien cierto es, que allí donde hay duda, hay libertad. Hoy, ninguna religión debería admitir que la ciencia haga tambalear la fe. ¡Hagamos una pregunta!, ¿Qué fe resistiría el hecho mismo de que recibiéramos una señal de vida inteligente procedente de otro sistema estelar, rompiendo así, la visión antropocéntrica de la Biblia?. Solamente lo soportaría una fe basada en la practica del Evangelio, un lenguaje ético y solidario que está por encima de toda vanidad geocéntrica y antropocéntrica. Afirmar que cuanto más ciencia se sabe menos fe se tiene, seria como admitir que la fe es sinónimo de ignorancia. La ciencia ni crea ni destruye espiritualidad, es más, hay veces que desprende mucha humanidad, recuerdo al científico y humanista Carl Sagan cuando decía: «No conozco otra disciplina, la divulgación astronómica, que con tanta facilidad se pase de la ciencia a la poesía». Pero, aunque ciencia y fe puedan resultar conceptos antagónicos, tampoco deberían ser incompatibles, como muy bien expuso el Papa Juan Pablo II en una encíclica, «La ciencia puede purificar la religión del error y la superstición; la religión puede humanizar la ciencia de la idolatría y su absolutismo».

Cielos distintos

Los teólogos pueden interpretar diversos modelos de cielo espiritual como de infierno, pero la física del firmamento estrellado pertenece al astrofísico, matemático y todo aquel que manifieste sensibilidad en alzar la cabeza hacia las estrellas. Hace dos años, en un curso de astronomía impartido en el Hemisfèric de Valencia (CAC)  se estaba explicando el ciclo final del Sol; “...Nuestra estrella, de tipo estelas G2, dentro de 5.000 millones de años cuando haya consumido el hidrogeno más interno, entrará en estado de gigante roja, inflándose como un globo hasta ocupar casi toda la orbita de la Tierra. Es decir, los planetas Mercurio y Venus quedarán en el interior del Sol y la Tierra orbitará muy cerca de este ensanchado Sol. Antes, la fuerte presión solar provocará que se escape la atmósfera y las altas temperaturas evaporarán los océanos, será la agonía final para este planeta azul...”.  Acabada la locución a una joven estudiante se le escapó: -¿Y todo esto no lo decide Dios?. Sin ninguna duda, alguien le explicó mal la catequesis. Ahí fuera, en este universo tan armónico como violento, continuamente están chocando galaxias entre sí, pero no lo hacen por capricho de alguna divinidad, sino obedeciendo una de las tres fuerzas primordiales que rigen la materia, la gravedad. Del mismo modo, tampoco los  terremotos, inundaciones y el virus VIH son de designio divino.

Aun así, toda teología es libre de interpretar y conjeturar sobre cualquier determinismo divino, como muestra recordemos al sabio san Agustín (354-430) cuando le preguntaron, -¿Qué hacía Dios antes de la Creación?, con bastante ironía contestó: Preparaba un infierno para quienes planteasen estas preguntas.     

 

¿La ciencia práctica el fundamentalismo?

Si definimos fundamentalismo como doctrina que practica el odio a lo otro, a lo distinto, en mí opinión y en algunas ocasiones, la ciencia sí practica el fundamentalismo.

Ejemplo: Extracto de la página 36 de la revista Huygens nº 28.  Sección Asteroides de Josep Julià, párrafo Historia de la nominación.  Denominación oficial al descubrimiento del asteroide 2000ES (15120).

Al requerimiento de una explicación por el cambio del nombre original propuesto por su descubridor, Josep Julià Gómez, ésta fue la respuesta de Brian Marsden, máximo responsable del Minor Planet Center:

18/10/00, de Brian G. Marsden,  Minor Planet Circulars  Oct. 2000

“Los nombres propuestos para asteroides son......

....... . Varios miembros independientemente remarcaron que el nombre (María Jesús) tenía connotaciones religiosas tal como usted lo propuso, y las reglas no lo permiten. La votación entre Mariajesus y Mariafelix (Félix, 2º apellido de su esposa y carente de connotación religiosa) resultó abrumadoramente a favor de éste último. Yo lo siento si ésta no era su intención”.

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Boletín Huygens
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